El retorno del Congorocho Jedi
- SueltoSur
- 13 nov 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 nov 2018

Al final fueron 10 días los que se cobró Puerto Ordaz entre la reparación del motor y el tema gasolina para poder despegar, ahora nos toca volver a retomar el camino, sin un compañero que fue indispensable, pero con la certeza de que seguiremos adelante, y que el Congorocho seguirá de una u otra manera reinando en los caminos de Suramérica. El bote de aceite es cosa del pasado, el viejo Mario resultó ser realmente un gurú en la materia.
Sin embargo nuestro viaje de Puerto Ordaz con rumbo a la Gran Sabana estaría entre lo más accidentado que hemos podido vivir hasta el momento.

Para despedir esta larga estadía en Puerto Ordáz decidimos hacer algunas fotos al protagonista en un lugar natural y llamativo, el único inconveniente es que es lunes, por ende los parques de la zona están cerrados, damos un pequeño recorrido por la ciudad y sin darnos cuenta pasamos por el parque Cachamay. Sus puertas abiertas nos hacen dudar de si está o no abierto, así que paramos a investigar, un hombre que sale del lugar nos indica que técnicamente está cerrado, “pero ahí no hay nadie, ni vigilancia ni nada… si ustedes quieren entran a su riesgo”. ¿A su riesgo? nos vemos las caras un tanto dudosos, pero un instante después nos decimos… tenemos una semana encerrados sin poder visitar, un poco de riesgo no viene mal para romper ese patrón.
Entramos con cautela y mirando bien a los alrededores, no alcanzamos a ver más que unos pescadores a las orillas del río, así que... ¡a enfilar al modelo y disparar unas cuantas ráfagas de fotos se ha dicho!.
Un día después ya estamos listos para partir, gracias a Luis César logramos tener el tanque lleno más un par de pimpinas de respaldo, ya sabemos de antemano que el tema gasolina está en extremo delicado de Puerto Ordáz en adelante.

No podemos partir sin antes despedirnos de quienes nos han apoyado estos días de complicada travesía, el buen Portillo nos llena de consejos de qué hacer y qué evitar en el camino, y lo que nos aguarda tanto en los pueblos aledaños como en la Gran Sabana venezolana.
Arrancamos con mucho optimismo y a pesar de las terribles condiciones de la vía, se nos hace ligero el recorrido y más rápido de lo estimado llegamos al poblado de El Callao, esta es una pequeña localidad regida por el negocio del oro, todo en ella se mueve conforme a los caprichos y bondades del tan preciado metal.

Es llegar al pueblo y todas las miradas se concentran en El Congorocho, en un comienzo pensamos que es por su natural encanto y facilidad para atraer miradas, pero no fue sino estacionarnos para darnos cuenta de la verdadera realidad, no es nuestro bólido animalito lo que llama la atención de los lugareños, sino las pimpinas que reposan en su parrilla llenas de combustible.
Por suerte una mano amiga nos recibe en el lugar, es un lugareño bastante conocido y querido por la comunidad por lo que estamos en buenas manos, amablemente nos ofrece un techo no solo para nosotros, sino para El Congorocho que a veces parece odiar dormir a la intemperie.
Mañana será un nuevo día, en el que ya deberíamos estar camino a Gran Sabana para ver en todo su esplendor la majestuosidad de la naturaleza venezolana. Eso si el destino no nos juega otra pequeña pasada, pues parece que le encanta tenernos dentro de Venezuela tanto tiempo como sea posible.
No nos pierdas la pista, ¡nos vemos en la vía!
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